domingo, 30 de septiembre de 2007

Calamar

Acumuló suficiente saliva y lanzó el escupitajo. Salió limpio, diagonal, hasta un poco pausado, y lo estampó en el suelo, formando la figura esperada: el calamar. Lo dijo. Dijo: calamar, y le sonó a verbo.
—Calamar mi sed —dijo— el amor que me calama.
A adjetivo:
—Calamado, blanco de amor. Calamar —gritó— ¿qué se busca al amar?
Y sobre él pesaba una prohibición: no escupir. Ella le había dicho que era una cosa fea eso de andar escupiendo, aunque fuera para deshacerse del sabor de las amargas gotas para los ojos; y ahora, el calamar, las diferentes perspectivas que podía darle; inconscientemente, en un principio, ensayaba la figura del animal en el piso y ahora lo lanzaba sobre las hormigas, sobre otros insectos pequeños; ahora lo perfeccionaba.
—Calamar, amargo como el mar; alcalino, alado mar, cala, traspasa, prueba, se cerciora de que existe, de que sale de mi boca y cobra vida. Sí, sí —se dice—: está vivo.

Acumula suficiente saliva. Lanza el escupitajo, hacia arriba. La figura que se aleja verticalmente lo confunde, no reconoce al calamar desde abajo; pero ahí viene, ahí viene, cada vez más, más, más grande y él es tan pequeño, tan indefenso, tan insecto, tan creador de universos.

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