viernes, 28 de septiembre de 2007

Futuro. . .

FUTURO INMEDIATO


El reloj sonó a las seis. Xavier se levantó rápidamente. Se desesperó tratando de recordar su sueño, sólo consiguió recordar sus deberes, así que buscó entre la ropa sucia algunas prendas que necesitaba lavar para encontrarlas secas a su regreso. No sintió el paso del tiempo: de pronto se vio en la terminal de autobuses, en la ventanilla, comprando el boleto. —Para las diez, por favor. Con descuento para estudiante —dijo, mientras mostraba su credencial de estudiante preparatoriano.
Abordó el autobús que le indicaron. A su lado se sentó una muchacha delgada que quiso hablarle. Él la ignoró descaradamente. “Muy fea” pensó. Se distrajo viendo por la ventanilla y muy pronto se quedó dormido.
No supo cuanto tiempo había pasado cuando sintió una fuerte sacudida. Era la chica. —Oye, se cayó tu libro —le dijo, refiriéndose a una novela que Xavier llevaba y que casi había olvidado. El muchacho se inclinó trabajosamente para recogerla y le dio las gracias. El clima ya había cambiado. Apenas se veía la carretera a causa de la neblina, pero no quiso ponerse su suéter. “Eso de tener que pararme para sacarlo” pensó. En ese momento entraban a una curva. El conductor la tomó despacio pero, al salir de ella, se encontró con otro autobús. Aceleró queriendo rebasarlo.
Estaban ya en el otro carril, acelerando cada vez más sin poder rebasar. El otro autobús aceleró también, para impedirles el paso. Fue entonces cuando vieron el tráiler que venía hacia ellos, cada vez más cerca, más, más cerca.
El conductor dio el volantazo hacia la derecha, primero, golpeando al otro vehículo y después hacia la izquierda. Se precipitaron al barranco. Todavía alcanzaron a ser golpeados por el tráiler ¡Todo fue tan rápido! El golpe, la caída, los gritos; el autobús en el fondo del barranco, a punto de incendiarse. Todo le daba vueltas. Salió trabajosamente por una ventanilla, sangraba por la boca y la nariz. Se arrastró a unos metros del lugar. Fue un gran esfuerzo. Todo se oscureció.
Oyó voces. No podía moverse. Respiraba con dificultad. Olía a medicamentos. Una enfermera le tomaba el pulso. —Ay, muchacho, más te hubiera valido no despertar: te van a amputar las piernas. —dijo, con tono compasivo. Él cerró los ojos.
Despertó. Aún estaba sobre el pasto. El frío le mordía todo el cuerpo. Desde ahí se veía la carretera, a lo alto. El ruido inconfundible de una sirena se unió a los gritos de dolor. Por la pendiente bajaban los paramédicos, también los agentes de la policía federal de caminos. Ya se acercaban. El empezaba a delirar: eran buitres en espera de cadáveres.
Sintió una fuerte sacudida en todo el cuerpo: era la chica. Le dijo que su libro estaba en el suelo. Casi la besó cuando le dio las gracias después de haber levantado el libro. Quiso platicarle su sueño, quiso contarle que le había salvado la vida, pero ella cerró los ojos. Era evidente que fingía dormir para no platicar con él. “Entonces, ¿por qué me dijo lo del libro?” pensó. Hacía frío y ya había un poco de neblina en la carretera. Se paró para sacar su suéter. No pudo hacerlo. En ese momento entraban a una curva que, aunque el conductor tomó despacio, lo hizo caer sobre la joven. Iba a ofrecerle disculpas cuando el conductor aceleró para rebasar, y vio el tráiler. Venía en dirección contraria. El conductor dio un volantazo hacia la derecha. Se oyó el chirriar de láminas y el ruido de cristales rotos al rozarse los dos autobuses. Xavier estaba sobre la chica. Sonó el despertador: eran las seis de la mañana. Se levantó rápidamente. Se desperezó. Trató de recordar su sueño, pero recordó entonces que tenía que lavar algunas prendas antes de salir de viaje. Buscó entre la ropa sucia.

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