martes, 28 de agosto de 2007

AQUÍ, MI ALMA

Antes, no se preocupaba tanto por su alma. No deseaba encontrar una especie de aseguradora, alguien que le garantizara que siempre iba a tener esa conciencia que hemos dado en llamar alma, que se la repusiera o restaurara o lo indemnizara de alguna manera por pérdida total y entonces él pudiera conseguirse otra de mejor calidad, o similar. Pero sabía que no había empresa tal. Lo curioso es que ahora el alma se le ha desenganchado, aflojado, ha perdido un seguro, un tornillo y es totalmente fácil dejarla en cualquier parte, y aunque la mayoría de las veces se le puede considerar un ser desalmado, no puede dejar de llorar.

él, yo

Se pasaba la vida poniendo su cuello en sogas, bajo cuchillas de guillotinas, sentando su cuerpo en sillas eléctricas, aplicándose inyecciones letales, cortándose las venas y nunca, nada era suficiente.

VERBOS FAMILIARES

Latir tiene una tía, la tía de latir está enferma del corazón.
Suprimir tiene un primo, su primo desaparece con frecuencia.
Elegir tiene un hijo, el hijo de elegir es chino y tiene ploblemas de elección.


circa 1995

lunes, 27 de agosto de 2007

mírelo 'sté

El 31 de mayo de 2006, vagabajo cabizbundeaba pensando "el 27 de agosto de 2007 estaré muy deprimido y caminaré por esta misma acera, tropezaré en las gradas, caeré, me romperé la monja" cuando ¡zaz! que me encuentro con este árbol. ¡Qué diablos! -me dije, pero luego rectifiqué y dije: ¡Qué árbol! entonces procedí a documentar el hallazgo con la ya mencionada cámara del cel. ¿A poco no es un gran arbolitote?



Vidrio


A mitad de la calle, el dolor llegó y el ángel empezó a cojear. Volteé a verlo.
—¿Qué te pasó? —le pregunté.
Tres cuadras antes yo había empezado a tejer una historia, un cuento generado por la noción sorpresiva de un dolor en la rodilla derecha al bajar la acera. La historia en cuestión tenía muchas calles y esquinas. Así, me torcería la otra rodilla, el tobillo, no sé: un golpe contra un árbol me afectaría de manera tal que nunca llegaría a casa, o lo haría arrastrándome, con todos los huesos rotos o desprendidos; por eso, cuando vi a mi ángel de la guarda rengueando, pensé que actuaba.
—Se me ensartó un vidrio en el pie— me dijo, y mientras lo ayudaba a llegar a la orilla de la acera poniente, agregó: —Me duele: cada que me muevo se me entierra más. Es un pedazo de vidrio.
Se sentó. Creí que era actuado, pero también creí que había un vidrio, o un clavo. Lo busqué por fuera, en la suela: no estaba. Empecé a desatar la bota trabajosamente y pensé que era un performance, todo un performance el estar ahí, a las nueve de la noche o nueve y media, desatando una apestosa bota militar del pie de un ángel de apariencia hipiosa. Empecé a quitársela, a jalarla mientras el ángel decía y repetía: —Quítamelo, vas a ver que ahí va a estar. Es un pedazo de vidrio que se me ensartó.
Nada: no había vidrio. No había herida. Sólo ausencia de dolor en mi rodilla. Sólo la ausencia de la historia en mi cabeza porque, aunque recordaba la idea de los huesos adoloridos y todo, ya no tenía esas palabras enlazadas de la misma manera, ni había forma de traerlas a la mente. Los escritores no debemos tener ángeles guardianes. Son seres capaces de querer salvarmos de nosotros mismos, de nuestros deseos, sin saber muchas veces que todo es imaginación, que todo es material para nuestros cuentos. “Hay que andarse con cuidado” me dije, sabiendo que mi pensamiento era leído por él.
Ahí estaba el vidrio, verde, filoso, mediano, visible, a mi alcance, sobre una bolsa de nylon al pié de una caseta telefónica. No lo pensé. No lo pensé. Lo tomé rápidamente y lo metí en la bota. “Me vale madre” me dije. “Me vale madre”.

Todo cabe en lo posible


Fue un regalo: un recipiente, un tubo de aluminio de diez centímetros de largo por dos y medio de diámetro, con tapadera blanca en la que se indica la manera de abrirlo (con el dedo pulgar ejerciendo presión por un borde bajo de la misma, mientras los otros cuatro sostienen el cuerpo cilíndrico). Lo abro y ¡oh!: envuelto en papel arroz, en fragmentos compactados de preciadas hojas, un boleto a un viaje mágico; pero hay también ahí un polvo amarillo, recuerdo quizá del huésped original del recipiente.
Mientras el fuego hace su papel de incinerar y el papel cumple su rol de contener y la hoja da carácter al genio y el genio se expande y se apodera de mi cuerpo, yo me propongo lavar el tubo. Presto está casi todo: el detergente en polvo, el agua, el lavabo del baño; sólo falta una fibra, o un trapo para frotar el interior de las paredes. A falta de lo enunciado y para ganar tiempo, uso la punta de una toalla grande y gruesa que se vuelve de pronto un gran asombro allá en el fondo. La saco. —¿Cómo es posible que toalla tal quepa en el tubo? —me pregunto. Empiezo a asimilar la idea de la cantidad de genios que cabrán, y de los frutos que obtendré de esa manera.
Regreso al cuarto en busca de algo con qué secar el recipiente ahora limpio y amplio como un alma. "Una sábana" pienso, y ahí va una punta, media sábana, todos esos metros de tela tubo adentro. Mi asombro resurge y pienso de manera inmediata en otros usos para el tubo en el que todo parece caber.
Es admisible, cabe decirlo, ver cómo el televisor, el estéreo, la escalera de caracol, exactamente todo ocupa ahora este espacio predestinado, y yo también, acomodando y distribuyendo las cosas aquí adentro, dispuesto a esperar a los muchachos para la sesión de taller. Todo dentro de lo posible ¿verdad?

domingo, 26 de agosto de 2007

infermán


Poco a poco, infermán emergió del charco de sangre, del lago de sangre que ya se empantanaba; se dirigió al baño, dejó el cuchillo en el lavabo y se dio una ducha tibia, relajante, y después, ya afuera, limpió toda la sangre que había derramado, pensando en que “qué bueno que los niños están con sus abuelos”.
Cuando llegó ella en compañía del otro, encontró a infermán sentado en el sillón negro, frente al televisor apagado. El hombre saludó tímidamente y ella abrió la boca como para decir “¡No puede ser posible!” pero no dijo nada.
—dejé el cuchillo en el baño —dijo infermán. “y, pasando a otra cosa ¿por qué no mejor me pides el divorcio y te dejas de tomar medidas tan drásticas” agregó mentalmente, mientras veía a la pareja y luego, cerrando los ojos, fingió dormir. Entonces ella murmuró —¡No puede ser posible! ¡Yo misma lo dejé ahí hace una hora!. El hombre la jaló hacia la cocina y ¡plaf! le dio una ¡plaf! dos bofetadas —¡Idiota! ¿Para esto me hiciste venir? Y después se dirigió a la salida, pero infermán, quien había oído todo —¿a dónde va usted, señor...? “Sancho, estúpido”, pensó el otro y quiso empujarlo, pero infermán —dejé el cuchillo en el baño y trapeé toda la sangre. ah, también me di un regaderazo “y me cambié la ropa” agregó (en su pensamiento). El hombre comprendió o creyó comprender lo que infermán le insinuó pero no creyó que alguien pudiera hacer eso y se quedara tan campante, así que sacó una pistola y sin darle tiempo a nada, ¡bang! disparó a la cabeza, ¡bang! al pecho, ¡bang! al estómago de infermán. Éste cayó y el otro, dirigiéndose a ella —¿Esto no podías hacer, estúpida?
—Vaya —dijo ella—, tal parece que fueras el del dinero. Recuerda que yo soy la viuda.
—Gracias a —dijo él—, y ahora vas a tener que limpiar esa sangre— y señaló hacia el lugar donde infermán estaba tirado, pero ella dijo que no, que ya que él lo había matado, era a él a quien correspondía hacer el trabajo completo, pero el hombre se enfureció y esta vez, sin que nadie pudiera impedírselo, salió a la calle dando un portazo.
—Cuando vuelva quiero ver todo esto limpio ¿me oíste? —le gritó ella a infermán, y luego salió también, indignada.

aser el haceo



El 20 de agosto de 2005, al salir del baño, me encontré con esta imagen en el piso (interpreté esta imagen en el piso). ¡Qué demonios! -dije, y después procedí a capturarla con la cámara del cel. Sí, ya lo sé: hay que hacer el aseo con más frecuencia para que el alma esté limpia, olorosa y bien pulida, para que brille. ¡Qué flojera!

Donde el final empieza


No tiene sueño. Decidido a provocarse un cansancio, se pone a hacer ejercicio. Le da sed y calor y el insomnio persiste. No quiere ventilador. Se quita la ropa. Se le antoja una ducha, pero antes de toda esa agua, va a la cocina por otra, más fría, que trae al cuarto en un vaso. Se recuesta para enfriarse un poco más. Empieza a hojear una revista. Lentamente, la idea de masturbarse llega y se le posa en la cabeza, recorre todo el trecho hasta su mano izquierda y ésta la coloca, presta, sobre un miembro creciente. Textos e imágenes impresas pasan a otro plano cuando gira su cuerpo y se recuesta de espaldas. Es así como de pronto capta su atención algo que cae desde el techo. En un principio cree que se trata de un zancudo, pero le parece extraño el que baje tan lenta y verticalmente, como araña; supone que está suspendido de un hilo por el cual puede sujetarlo, pero nada sucede. Al pasarle la mano alrededor, el zancudo-araña vuelve a irse hacia arriba. Entonces extiende la mano izquierda para que éste se pose en su descenso sobre la palma que lo espera con impaciencia. Qué lentamente baja, qué suavemente deposita su extrañeza de basura parecida a un pequeño bastón negro sobre la mano impura. No es nada: pequeñez de insecto sin más importancia. La sopla, pero no se despega. Entonces le echa un poco del agua que aún queda en el vaso mientras frota con los dedos de la misma mano. El agua se tiñe de negro. La regresa al recipiente. En su mano queda una mancha que se extiende e inmediatamente se cubre de vellos. El hecho no parece preocuparle pues, con la misma naturalidad del que cree que al fin se ha podido dormir y que está en un sueño, los rasura. Aun sonríe al notar que no hay nada debajo, que su mano ha desaparecido. Del vaso empiezan a elevarse miles de bastoncitos que caen sobre él, cubriéndolo de vellos por completo. El calor se hace insoportable, entonces enciende el ventilador y se empieza a deshacer.