A Cielo Pinto
A las puertas de su casa, al despedirme, mi amiga me dio un beso. Esta mano que escribe se aferraba a la reja de entrada y salida. Sobre el dorso depositó ella sus labios dos por uno en señal de lo que ustedes quieran. No es esto en sí lo que quiero contar sino el efecto: diez cuadras después noté que el beso, vuelto un globo de gas, hecho un gran globo rojo o blanco, elevaba mi mano a la altura del corazón, dándole ese rango. El otro corazón, a esa hora, era un globo aerostático que me subió al balcón, enlebesado.
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