lunes, 29 de octubre de 2007

Uno

Uno rompe el silencio y, de pronto, mientras lo hace, se da cuenta de lo bello de la frase (y lo no bello de la rima interna) y el silencio es remendado por unos instantes, lo suficiente como para que Uno medite acerca de ese darse cuenta, de que no se da cuenta de esta manera a nadie más, y entonces se ensimisma pensando en este otro verbo, en que sería hermoso decir “me enmimismé”, “te entimismaste” y así nos ennosmismaríamos hasta olvidarnos del porqué de tanto embrollo: me hablaba, sin más sonido que el de mi mente y con la misma velocidad de lectura que tengo, de ese silencio que a Uno se le ocurrió romper líneas arriba; pensaba, antes de romperlo, en cómo suena el cristal de una ventana al romperse, en cómo suenan la tela de una falda, un hueso, una silla al romperse; en cómo suena una carta de amor en este mismo trance; en el sonido cursi que produce un corazón al ser roto, en el grave sonido que produce una promesa rota y tanta cursilería me hace regresar a Uno. Uno está solo. Qué curioso: Uno es ninguno. Uno decide hacer un blog de cuentos y etceteritas para entretenerse y de pronto decide hablar de otra cosa, de romper, por ejemplo, y de sus grandes trifulcas con La Palabra (porque La Palabra le grita a Uno, y Uno, que no es nada manso, no se deja y entonces se dan de gritoneadas que da gusto). Claro, también están las charlas apacibles, esa manera que Uno tiene de llegarle, de platicar con La Palabra, de aprender de ella, que es una hermosa manera de no estar solo, y de pronto, como dijo Bartolomé: Uno ya es otro.

jueves, 25 de octubre de 2007

Certidumbre



Tomo la certidumbre por prescripción médica. Veo con mucha claridad interesantes garabatos atorados en el ruedo de su falda. Mudo, el índice de mi diestra recorre todo con aire de erudito, y ese gesto que ya no engaña a nadie es tan cierto como que no entiendo nada.

lunes, 22 de octubre de 2007

Cuento fantástico

El del hombre cuya casa se le viene encima y de los cuales queda sólo un pedazo de pared a uno de cuyos lados, colgado de un clavo, hay un espejo que nadie ha podido llevarse porque cuando se ven en él se sienten como en su casa.

viernes, 19 de octubre de 2007

Gusano



"Cuando sintió que los dedos de sus pies empezaban a unirse entre sí, dejó de usar zapatos. Se aplicó talco, pero las molestias siguieron en forma de una sustancia ligosa que por más que lavara hacía que sus dedos se mantuvieran pegados. A pesar de eso, no quiso ir al médico."
—¿Había un médico cerca?
—Sí, pero no en esa manzana. Lo que pasa es que él era muy flojo.
—¿Tenía teléfono?
—No. Continúo: "Llegó el momento en que no pudo despegarlos, y luego, cuando las líneas divisorias entre dedo y dedo empezaron a desaparecer, pensó que no debía demorar más la ida al médico, pero entonces se dio cuenta de que tenía una gran dificultad para caminar: tenía las piernas entumidas y sentía cómo la piel se le pegaba a la tela del pantalón. Fue muy doloroso quitárselo."
—¿Cuánto tiempo había transcurrido?
—A él le parecieron varios días, pero realmente eran unas horas, quizá ocho o diez. Cuando despertó y vio que su mamá no estaba.
—¿Cómo? ¿Vivía con su mamá?
—Sí, mamá. Su mamá le dejó una nota diciéndole que no vendría hasta la noche, que iba a vender ropa, pero él sabe que su madre tiene un amante.

La mujer se puso pálida. Ya de por sí era una escena deprimente verla arrodillada al lado de su hijo, a quien encontró arrastrándose. Empezó a llorar y sólo pudo decirle que siguiera con su relato.
—¿En dónde me quedé?—dijo él.
—Que yo no estaba.—dijo ella, eslabonando apenas sus palabras —No, no, no —dijo, corrigiéndose—: que se había quitado los pantalones.
—Ah, sí. "El pensó que cómo era posible que las piernas se le hubieran engrosado tanto. Una vez desnudo, se horrorizó al ver cómo sus piernas se pegaban una a la otra para hacer una sola pieza. Le pareció que había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que se estaba volviendo un gusano o que quizá ya era un gusano y alguna vez soñó con que era una persona; quizá su madre era una gusana o su abuela era una gusana y él había nacido humano, anormal, y ahora estaba empezando a cambiar. Realmente pensó que ya no importaba porque se sentía bien así, arrastrándose de uno a otro lado, perforando la carne del aire." y de pronto se abre una puerta que yo no sabía que existía y entras tú, mamá, y me preguntas que si hay un doctor cerca, que si tenemos teléfono, que si cuánto tiempo tardaste lejos de mí y me quieres poner una manta encima y te pones a llorar cuando te cuento la historia del gusano hijo de su gusana madre que se arrastra con otro gusano aprovechándose de que su gusano marido está en otra manzana o quizá ya está muerto. Mamá ¿cuándo nos vamos a caer de este árbol?
—No sé —dijo la señora—, creo que ya empezamos —añadió, y se alejó sintiendo que se arrastraba, haciendo a un lado el aire, empujando con su cuerpo hacia adelante, formando jorobas que dejaban muy clara su condición de gusano.

lunes, 15 de octubre de 2007

OVNI


Como a fin de cuentas me relegó a la condición de objeto y delante de sus amistades me desconoce, debo hacerle recordar aquellas noches en las que le hice el amor contra su voluntad, entre sus blancas sábanas. Ah, qué grandes finales, no importan mis principios; no importa cómo me llame, que quede claro: ella es mi cielo, y yo, su objeto violador no identificado.

domingo, 14 de octubre de 2007

Lázaro

Lázaro fue un cadáver averiado. Averiado a la inversa: una segura descomposición saboteada, postergada hasta el filo de otra hora. Qué horrorizante luz, y lo que es peor: cuántas preguntas. “Que nadie me reviva, por favor” sería seguramente su epitafio.
Yo quiero un second chance antes de irme, quiero un golpe de suerte que noquee.
—¿Que no qué?
Seguramente surgirá la pregunta, re-suscitada.

sábado, 13 de octubre de 2007

El libro

Por Arbey Rivera


Al principio era todo normal para las camareras. Pero al paso de los días la presencia se tornó molesta. Era el cliente que sólo llegaba a leer y no consumía más que un café.

Oiga señor ¿qué libro es ese que tanto lee? —le preguntó una de ellas, con tono irónico.

Con la mirada absorta, la miró él.

—¡Discúlpeme señorita, pero no sé leer! —dijo, al tiempo que una lágrima se desprendía de sus ojos.

Sorprendida por la respuesta, ella se dio la vuelta sin entender nada.

Al darle el último sorbo a su café, frío como su ánimo, él se levantó a pagar la cuenta y se marchó. Bajo el brazo iba un recuerdo, vivo, en esa foto dentro del libro.

viernes, 12 de octubre de 2007

Ellos y ella


Para Ángel Luna
y Ella


La primera visita se arregló por teléfono y Ella llevó unas manzanas y luego hizo un recorrido del Infierno, preguntando y curioseando con mucha familiaridad.
Más tarde, Ángel preguntó a Diablo si no tenía miedo de comer esas manzanas que podían estar envenenadas. Dijo que era muy tonta, que no había entendido su explicación de las clasificaciones del pecado y los nueve círculos del infierno.Que estaba loca, y sugirió que debían aprovecharla como personaje de cuento. Diablo, quien no se llamaba Diablo y usaba el nombre para darle gusto a Ángel, dijo que ya lo había pensado. Era la primera vez que la veía, no así Ángel, quien realmente se avergonzaba de Ella: pensaba que era una sirvienta, aunque Ella dijo que vivía con su madrina en una casa de dos pisos cercana al Infierno. Diablo la estuvo estudiando. En esa ocasión, la chica vestía un pantalón de mezclilla que tenía costuras a mano. Era fea, pero tenía una voz que a Diablo le sonaba familiar y desde el principio la identificó con una de sus ex compañeras de escuela; en ese entonces aún funcionaba el teléfono del Infierno y Ella hablaba a menudo preguntando por Ángel. Diablo ya la había invitado, pero Ella se rehusó a ir —sólo si está Ángel —dijo, y así fue, pero cuando conoció a Diablo (a quien ella no conocía como Diablo, por supuesto) Ángel pasó a segundo término, porque le había dicho que vivía ahí y ocultó que era casado; después le dijo que estaba haciendo un ensayo sobre Dante y por eso pasaba mucho tiempo en esa casa a la que habían convenido en llamar Infierno para que él, Ángel (quien realmente se llama Ángel, pero que es más diablo que Diablo), pudiera objetivar todos los lugares y que, además, le gustaba la paradoja de estar en un lugar así. Ella (se llama Eloísa, pero aquí es llanamente Ella) sólo entendió de esa explicación que el dueño del Infierno era lógico y, decepción o no, parecía querer sólo un lugar para visitar a alguien, quien quiera que fuese, siempre y cuando le inspirara confianza.
En la segunda visita ya no había teléfono. Cuando Diablo abrió la puerta, Ella preguntó por Ángel, pero Diablo contestó con la misma pregunta porque Ángel no se había aparecido en un buen rato. Ella se encogió de hombros y pasó y ambos supieron que Ángel se había vuelto un pretexto.
Esto fue lo que ocurrió después:
—¿No sientes calor? —dijo él.
—No —dijo Ella— Debe ser porque andaba en cueros.
Diablo vio su oportunidad.
—¿A poco no traes nada debajo? —dijo.
—Sí, ¡cómo crees que no voy a traer!
—Oye, mira esto —dijo él, acariciándole los muslos—: qué escondidito te lo tenías. ¿Haces ejercicio?
Él ya estaba pensando en la posibilidad de desabrocharle la blusa y ver sus senos, pequeños. Ella parecía no molestarse, quizá por la naturalidad con que él actuaba.
—Sí, hago un poco de ejercicio ¿me prestas algo de música?
Él dijo que no acostumbraba dar prestadas sus cosas, pero acabó dándole unos cassettes con la condición de que accediera a ser personaje de su cuento y luego la acompañó a la puerta. Ya en el pasillo, hizo alusión a su costumbre de no ponerse ropa interior.
—¿En serio no traes?—dijo ella.
—No —dijo él, pasándose una mano por las nalgas, indicándole así que ella pasara la suya.
—No es cierto —dijo Ella— sí traes.
Diablo aprovechó la respuesta para tirar de su bermuda y mostrarle sus nalgas.
—¡Cochino!—dijo Ella.
Él sintió deseos de mostrarle la parte de adelante, pero no lo hizo. En cambio, pasó sus manos por las nalgas de ella.
—Tú tampoco traes —dijo, aunque ya había sentido la pantaleta debajo del short de mezclilla.
—Y sí —dijo ella—, si quieres te muestro— pero lo único que hizo fue sacar un borde de su pantaleta.
—Ven —le dijo él, tomándola por los hombros, y poniéndola contra la pared, quiso acariciarle los senos, sobre la ropa, pero ella, quien ya había advertido su cambio de conducta, dijo que no le gustaba ser tocada.
—¿Te gusta que te vean? —preguntó Diablo.
—Sí.
—Desabróchate la blusa —ordenó.
—Pero no así ¿por qué?
—Acuérdate que vas a ser personaje de mi cuento.
—Sí, pero no quiero salir encuerada.
—Oh, no se puede: yo desnudo a todos mis personajes.
Ella, aunque rehusándose a aceptar, parecía querer hacerlo.
—Quiero ver tus senos —dijo él, y puso una mano sobre uno de sus pechos: el izquierdo.
—¿Qué haces?
—Déjame oír tu corazón. Estás asustada.
Ella tenía los ojos cerrados, dejándolo hacer. Él metió la mano bajo la blusa y la tuvo un rato, sin moverla, sobre el pecho de ella. —Sí, estás asustada —y luego la sacó. Quiso volver a meterla, esta vez para acariciar, pero ella no lo permitió.
—Ya lo hiciste —dijo.
—Esta mano es un poco sorda —dijo Diablo, y mostrándole la otra, la izquierda, pidió permiso para meterla, pero Ella dijo que no.
—Disculpa —dijo él— estoy llevando el juego muy lejos.
—¿Qué juego? —preguntó ella.
—El de hacer lo que se me pegue la gana —dijo él, y le abrió la puerta. Ella salió, prometiendo que le devolvería los cassettes. Él dijo adiós y regresó a la sala, pensando seriamente que debía estar loco para querer tener sexo con ella, pero le gustaba ese juego de reacciones anticipadas.
En la tercera visita (que él juzgó improbable, ya que creyó que nunca le devolvería los cassettes) ella le pidió prestados unos CDs, pero esta vez él dijo que no.
—¿Qué hacías? —dijo ella, olvidándose de la petición y fue a la computadora donde él trabajaba un cuento basado en la segunda visita de ella. Él le dijo algo al respecto y sonrió al recordarlo, luego buscó en el archivo un cuento suyo donde un personaje mata a su novia y le corta la cabeza para luego meterle el miembro en la boca. Era su pretexto para hablar sobre sexo oral. Ella lo leyó y cuando él cerró las puertas del cuarto que usaba como estudio y le dijo que le cortaría la cabeza, la chica fingió tener miedo. Él se sentó a su lado en el silloncito donde Ella se había acomodado. Ella se paró, luego él también. Ella volvió a sentarse y él, Diablo, se sentó en una mesita, frente a la chica.
—¿Te gusta el sexo oral? —preguntó.
—¿Qué es eso? —repondió Ella.
—Pues... es hablar acerca del sexo. Sí, eso es. Es grandioso, sí —dijo él, burlándose, haciendo un doblaje de sí mismo, pero ella pareció no entender ninguna broma. Entonces él le explicó lo del cuento. Él, para variar, traía la misma bermuda y le dijo que le iba a mostrar el miembro e hizo como que lo iba a sacar, pero ella se cubrió los ojos, luego contó algo como de que la habían violado y dio a entender que estaba traumada, que no le gustaba que la besaran en la boca, y que no le gustaba el sexo para nada. El dijo que la mejor manera de curarla era con una terapia sexual y empezó a acariciarle las piernas. Ella se puso muy nerviosa y dijo que mejor se iría. Diablo no dijo nada. La dejó ir y luego se sentó a la computadora a escribir lo acontecido en esa otra visita.
En la cuarta visita (esta de hoy) tenía preparado el escenario, pero Ángel tenía razón: esta vieja está loca. La tuve que forzar y luego se puso mansa o mensa o no sé pero ahora está ahí atrás, riéndose y viéndome escribirhuiudbbbbbbsaAS LA ULTI MAVISITA ES ESTA QUESTOY ESCRIBIENDO AORITANO SOY ANGEL NI SOY PABLO SOY ELOISA PABLO DEJO ENSENDIDA SU COPUTADORA MOSTRANDO LO QUE A ECHO DE NUESTRISTORIA BINE ABISITARLO YPABLO DIJO QUESTABA VBIENDO UNA PELICULENSU CUARTO ASIQUE LOACOMPAÑE SI ESTAVA viendo ua oelicula pornografica pero como quelacabavaDE PONER PORESO SE TARDO ENABRIR LA PPUERTA Y QUIZO QUE YO LA BNIERA Y YO NO QUISE Y LUEGHO MEINBITOA SENTARMEN SU CAM Y MEDIO CIONFIANSA PORQEPRQUE AUNQUE EL SE PUSO DIABOO NO TENIA CARA DE DIABLO PERO ME Jalob y me manosio a me metio me violo y luego quizo enseñarsu historia yensendio su computadora y se meocurio que yo podia termianr laistoria despuesdetodo era mia mistoria lo estuve biendo como escribia por un reato y cuado estaba confiado escribiendole corte la garganta con su cuter ese que tiene praa QUE SE LE QUITE LO DIABLOY CIANDO SE ESTAVA MURIENDOLE DIJE LO DE ANGEL QUE ABIA SIDOEL QUE NME BIOLO PRIMERIOI Y QYE TAMBIENOL ABIA MANDADO Al mero infiernmo pero ya no le poudepregubntar comosacar est de la coputardoa de todos modos niomporta estaistoria ternmina donde yo me llebo sus compac que ya no le ban a serbir

jueves, 11 de octubre de 2007

Polvo de Ángel

El problema de Ángel era el color: muy blanco, y por eso no se había dado cuenta cabal de algunos cambios; quizá las ideas eran más fluidas, quizá la música era más intensa. Mientras subía el volumen del estéreo se vio las uñas: tenían restos oximorónicos de mugre blanca.
Había estado escribiendo y escribiendo y oyendo música.
—Talco —se dijo—, pero ¿dónde?
Y luego la comezón en su cuerpo, haciéndose consciente. Volvió a rascarse. Fue a su recámara y se quitó la ropa para aminorar un poco las molestias del escozor. Entonces, ya frente al espejo, se vio los surcos en el cuerpo: se los había hecho él mismo con las uñas, eso entendió. "Soy un hombre de gis" pensó. Su desesperación fue en aumento cuando sintió un escozor en los genitales, una fuerte urgencia que crecía y crecía.
—¡No! —gritó— ¡Ahí no!
Si aguantó por una hora o dos, fue en su imaginación, porque el dolor provocado por la comezón fue tan fuerte que se empezó a ras ras ras ras rascar con tal fuerza y rapidez que en un momento quedó totalmente asexuado. Ahí lo encontró Fer, en una nube de polvo, y Ángel le contó que era un hombre de gis pero que ya se sentía más relajado y Fer, que conocía la caspa del diablo, o polvo para empanizar el alma, sólo vio un bello futuro abrirse frente a él. Me llamó y esperó para que juntos empezáramos a levantar el polvito que nos dio dinero y relax; y esa amistad con Ángel duró mucho más. Ángel era cada vez más delgado y nos daba pena, pero era de buena suerte rascarle no solamente la pancita.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Mano



Estamos, Fer y yo, pensando en ir a comprar cerveza y polvo para empanizar el alma. Fer se emociona cuando ve desde el balcón que ya llega el vehículo de Marzo.
—Ya viene Marzo —me dice, en un juego que siempre nos da risa—. Qué raro porque aún es septiembre.
Llega Marzo y Fer me dice que ya es hora, que ya hay transporte.
—El número —le digo, y él me muestra la mano izquierda, que es donde anotó el número del polvero.
Desconfío de mi memoria.
—Préstame una pluma —mi voz, otra vez, urgiéndole.
Él se para, camina hacia la cocina.
—¡Chin, no está la tablita! —dice, pero toma una cacerola, la pone sobre la mesa; luego, un cuchillo. Y ante mis ojos abiertísimos, me da una mano blanca, pálida, sobre la cual los números se notan más fácilmente.

martes, 9 de octubre de 2007

Helping hands


Estaba seguro de que la asesoría era a las cuatro pero, cuando llegué, el local estaba cerrado y afuera, sobre la puerta, había un anuncio dirigido a los alumnos que me dio a entender que debía haberme presentado a las diez, para una asesoría de dos horas por la mañana y que la siguiente sería a las cinco de la tarde; es decir, debía esperar por una hora, o un poco más. Generalmente soy bueno para calcular el tiempo pero volví a recordarme la necesidad de reponer mi reloj.
Abrí uno de los libros que llevaba y empecé a leer. Cuando calculé que eran las cinco, pregunté a un transeúnte por la hora. Me dijo que eran las tres "¿las tres?" pensé, pero sólo di las gracias. Pregunté a otra persona y faltaban cinco para las tres. "¿Qué les pasa?" pensé, pero no me alarmé tanto. Seguí leyendo. Alguien llegaría a abrir. Me concentré otra vez en la lectura hasta que la prolongada ausencia de personas me regresó a la realidad. El viento se notaba ahora disfrazado de nubes de polvo y empujaba hojas secas, arremolinándolas a mis pies. Pese a la sombra del lugar en el que me había instalado, hacía calor. Me paré decidido a marcharme: seguramente no abrirían. Pregunté por la hora al primero que vi. Eran las dos menos diez. —¡Todos están locos! —dije, y decidí caminar todo el trayecto de regreso a casa. Llegué cuando el sol estaba en el cenit. Me alegré: tenía tiempo para darme un baño y llegar puntual a la asesoría matutina.

lunes, 8 de octubre de 2007

Muerto. . .

MUERTO Y ARRIMADO


Había dos jeringas, y él sabía que una estaba llena de tristeza y la otra de felicidad; el problema era que las dos tenían el mismo color ¿cómo diferenciarlas?
—Pruébelas —dijo alguien—, pero tampoco es un buen método: hay tristezas tan dulces como la felicidad; de todas formas, confíe en la veracidad de las etiquetas de los frascos: ésta es tristeza —dijo, pero él, hasta entonces, no veía ninguna etiqueta —y esta otra es felicidad. Sólo tiene que cuidarse de no dejar juntas las dos jeringas.
Cuando despertó se sentía diferente. Recordó todo como en un sueño, le gustó la idea y quiso escribirla. Se levantó, salió de su cuarto y fue a su estudio y entonces se dio cuenta de que la luz ya estaba encendida “¿Estaré soñando todavía?” pensó. Regresó a su recámara, pero no se encontró. De vuelta a su estudio se vio, sentado, leyendo. Lleno de extrañeza se acercó para comprender que ése era sólo su cuerpo y que leía un esquema acerca de inyecciones de tristeza y de felicidad.
Regresó a su cama, triste. Pensó que quizá ya había sucedido antes y él no se había dado cuenta, quizá algunas ideas o esquemas que no recordaba haber escrito. Pero, después de todo, era una buena cosa eso de estar acostado, pensando o durmiendo mientras el cuerpo de uno escribe lo que uno piensa o sueña; le alegró pensar que en poco tiempo, media hora a lo sumo, su cuerpo regresaría y se acostaría sobre él, espíritu, y otra vez volverían a ser uno solo.
Durmió por un rato. Lo despertó el ruido: algo frotando algo. Sintió miedo, pero quiso explicárselo. Se encontró a sí mismo tratando de frotar su pie contra el colchón, pero el ruido no coincidía con sus movimientos. Frotó, o buscó con el pie o con el recuerdo de su pie una superficie que emitiera el mismo ruido, pero no hubo tal. Para entretenerse se dispuso a oír sus latidos; desde pequeño lo hacía. La experiencia le ha enseñado que no sabe dormir bocabajo y que recostarse bocarriba le provoca pesadillas. Recordó cómo, cuando niño, creía que la almohada palpitaba o que tenía un corazón en la oreja, como un despertador, un reloj que algún día se detendría y no lo despertaría jamás.
—¡Hey! —se dijo— ¿dónde está mi corazón? ¿se ha detenido? ¡Pero estoy vivo! Ah, entiendo, los espíritus no tienen ruidos internos. Se paró inmediatamente. La inyección de felicidad había agotado su efecto o quizá la de tristeza era más poderosa. Se paró y se dirigió al estudio. Su cuerpo seguía leyendo y ahora escribía. Reconoció el ruido, que ya había olvidado, y que ahora se hacía consciente: provenía del lápiz con el que la mano del cuerpo tomaba notas o tachaba ideas.
—Todo esto es tan extraño —se dijo, mientras regresaba a la cama. —¡Oh no! Dijo, al momento de acostarse: otra idea había venido a él, y le preocupó, ya que eso significaba más trabajo para el cuerpo. —Esta idea me gusta —se dijo, sin embargo, y aunque imaginó que su cuerpo la estaría escribiendo, quiso cerciorarse de ello, así que regresó al estudio, y sobre el hombro de su cuerpo vio lo que éste escribía.
—Qué bien —se dijo, y otra vez sintió la felicidad correr por sus venas imaginarias. Regresó a su cama, se recostó y segundos después, oyó cómo la luz del estudio se apagaba y luego, los pasos de su cuerpo, aproximándose.
—Vaya —dijo— ya se cansó.
El cuerpo se recostó junto a él, casi sobre él, pero el mecanismo natural de succión cuerpo-espíritu no funcionó esta vez. Él, espíritu, se metió manualmente dentro del cuerpo, pero éste se mueve mucho mientras duerme y él, espíritu, se da cuenta de esto. Más tarde, no muy tarde, el cuerpo parece notar también que es una de dos partes inestables y se desespera y se desesperan ambos por no poder estar juntos, unidos. Ahora, el espíritu duerme profundamente al lado del cuerpo, quien no duerme, porque se ha quedado sin ideas, y una dulce y real tristeza recorre sus venas con tierna y lenta paciencia.

domingo, 7 de octubre de 2007

Al mal tiempo . . .

AL MAL TIEMPO BUENA CARA


Para Magally y Germán Javier, cuando tenían diecisiete

Tal parece que al personaje de este cuento, aprovechando su gran sentido del deber, le son dadas muchas facilidades para ser... o quizá debería decir: al narrador le son dados sin esfuerzo los medios para hacer que este pobre personaje se vea orillado a... pero el caso es que así sucedió y mejor contamos, y ya que vamos a pecar de poco originales, vamos a hacer que todo esto empiece en martes trece y que el tiempo aleje o acerque esta lectura a usted.
Para ilustrar mejor la historia, nuestro hombre, a quien llamaremos Edmundo, empieza a llevar un registro de su problema al tercer día:

Jueves 15
Esto empezó anteayer: martes 13, precisamente el día en que comenzó el maltiempo. Desperté y todo era normal hasta que vi en el espejo que algo había cambiado en mi rostro: no era el mismo. Era un tipo parecido a mí, pero con un rostro agradable y eso me llenó de alegría: así era como siempre había querido ser. Me duché apresuradamente, ya quería llegar al trabajo para saber la impresión que causaba. Todo el día llovieron los “¿Qué te hiciste?” “Oye, pasa la receta” “¡Qué bien te ves!” y cosas por el estilo, y yo: “Nada ¿Por qué?”. Incluso mis alumnos trabajaron bien debido a mi buen humor y hasta vino una alumna con una propuesta indecorosa. Al día siguiente (ayer), horror: desperté con una barba muy crecida que, aunque se me veía bien, quise rasurar. No lo hice. Tuve miedo: mi falta de experiencia rasurando barbas. Aun así, igual fue festejada y tomada por postiza pero original para la enseñanza del idioma; aún seguía siendo yo, incluso hoy, que amanecí con el cabello rubio y los ojos azules aunque ya sin barba, y todos, todos mis alumnos, sin faltar uno solo, estaban en la clase, atentos, sin burlarse, maravillados por ese cambio operado en mi personalidad, creyendo que no me importaba disfrazarme con tal de hacer amena la clase (¿qué más me queda?). “¿Qué maestro se pone barba o se tiñe el pelo o se pone lentes de contacto para enseñar, para ilustrar mejor preguntas tales como
What does he look like? y, de hacerlo ¿quién sale así a la calle? Mr. Maldonado, sólo él”. Imagino, casi oigo el comentario.
Yo aún soy yo, quiero decir, con mi cara y mi cuerpo; con mi cara adornada, pero yo.

Viernes 16.
Hoy amanecí calvo y de ojos cafés, como son mis ojos originalmente. Hubo mucho de qué reirse esta vez, y muchas veces deseé haber seguido mi impulso inicial de no ir al trabajo. La directora me regañó porque no cambio de tema. Dije que ya lo había hecho y que estando calvo era más fácil usar peluca porque ya me gustaron los disfraces.

Sábado 17
Cabello rizado y ojos grandes, grandes. No salí. ¿debo ir al médico? ¿Cómo voy a ser mañana?

Domingo 18
Qué bueno que es domingo: amanecí delgado, no mucho. Primer cambio en mi complexión. Me alegro de no haber tirado mi ropa vieja.

Lunes 19
Amanecí como el mismo tipo delgaducho que era yo hace unos ocho o nueve años ¿voy a trabajar?

Fui. Me presenté como mi hermano menor y, culpando al maltiempo, dije que “mi hermano” estaba enfermo.

Martes 20
Me levanté muy temprano, pero más viejo, fingí ser mi tío “¿Toda su familia se parece?” La confianza con la directora me permitió contarle que “mi sobrino” no se sentía bien, pero que yo podría hacerlo, que incluso hasta me había puesto su ropa para proporcionar más confianza a los alumnos. Ella se rió y dijo que no era necesario, en cambio me dio un formato para permiso y me dijo que esperaba mi incapacidad médica; deseó (indirectamente) que mejorara mi salud y dijo que, en caso de seguir faltando, sería mejor conseguir un sustituto. Por si acaso, fui a comprarme ropa.

Miércoles 21
Esta vez no me parezco en nada a mí. Este es un rostro casi afeminado de tan bello, pero no es el mío, el que prefiero pese a todos sus defectos. Hice un permiso para los tres día restantes y soy mi sustituto. Los alumnos (las alumnas) estuvieron encantadas y si no tuviera espejo sentiría que me están siguiendo el juego porque se empezaron a quejar de Mr. Maldonado y de las cosas ridículas que hizo y que los tenía hartos.
Fui al médico. Me examinó y dijo que estaba bien de salud. Cuando le dije de los cambios, me recomendó a un siquiatra amigo suyo.

No es que interrumpa el diario de nuestro amigo Edmundo ya que el no siguió escribiendo, más bien, aprovecho para preguntar (y preguntarme) ¿qué habría pasado si Edmundo se hubiera sentido feo? Digo esto porque aunque él no era bien parecido tampoco era feo. ¿Habría ido al trabajo? ¿Habría aceptado esos cambios con la misma, aparente calma? ¡Quien sabe! El caso es que en los días que siguieron, en esa misma semana, Edmundo empezó a sentir que realmente era alguien más y que el Edmundo verdadero se quedaba en casa, preparando las clases que el otro le hacía el favor de impartir; dejó de llevar un diario porque se sintió libre para hacer cosas diferentes. Se dedicó a caminar y a comprar disfraces hasta que se le acabó el dinero; después, olvidó la dirección de su casa. Ahora es gordo y anda en la calle, viviendo de la caridad. La gente dice que está loco y él solamente dice que va a cambiar, mañana.



sábado, 6 de octubre de 2007

Despertar de Carlos...

DESPERTAR DE CARLOS DEBIDO A UN RAYO DE SOL QUE SE FILTRA POR LA VENTANA

¿a vos no te parece que en realidad es ahora que yo estoy soñando?
Julio Cortázar. RAYUELA

La luz del sol que se filtra por la ventana despierta a Carlos, quien se estira, bosteza, y trata de recordar alguno de sus sueños. Nada. Sólo la conciencia de que es domingo y de que tiene un cuento por terminar.
Se para, se pone las pantuflas y de pronto ya está sentado frente a la computadora.
—Tú y yo tenemos cuentos pendientes —le dice—, y ríe malévolamente.
—¿En qué me quedé? Mmm ¡ah, sí!
Se dispone a seguir escribiendo cuando se da cuenta
—¡Oh no! ¡Mi cuento
de que su cuento
—es
era
—un horroroso sueño!
un sueño. Entonces despertó: la luz del sol se filtraba por la ventana y le daba directamente en la cara. Instintivamente quiso cubrirse los ojos con las manos,
—¡Hey! ¡Mis manos! ¿Dónde están mis manos?
pero sus manos habían desaparecido.
—¿Ahora cómo voy a poder terminar mi cuento?
Nada. Sobre sus ojos chocaron unos muñones.
—¿Qué es esto? No son. . .
No, no eran muñones. Se dio cuenta de que era hueco por dentro. Esto ocurrió debido a que sus ojos, sacados y succionados por esos tubos —sus brazos—, viajaban por su cuerpo de hojalata; entonces sintió que empezaba a calentarse, a calentarse
—Mi piel de hojalata se calienta
ya que el sol se filtraba por la ventana
—se calienta
hasta despertar a Carlos, quien sólo acierta a voltearse para que la luz no hiera sus ojos.
—Carlos. . . ¡Despierta!
Ya estaba despierto: la luz del sol
—Estoy despierto, mamá. Ya te dije que no abras las ventanas antes de hablarme, me molesta la luz. Oye mamá, pero ¿no parece que tú ya estás muerta?
—¿Con qué tonterías me sales ahora? ¿Son ésas las ideas que escribes en tus cuentos? ¿Así piensas ganar ese concurso?
—Pero... ¡mamá! Si ayer mismo te enterramos, ¡si yo mismo cargué tu cruz!
—¡Puta, si cargaras mi cruz! ¡Si mi cruz eres tú, pinche huevón! ¡Si desde cuando te estoy manteniendo y ni pa’ cuando encuentres trabajo! Ganar un concurso ¡bah!
—Otra vez, otra vez me va a echar en cara lo que me da —murmura Carlos—. Pero si de verdad está muerta, yo mismo le tiré un puñado de tierra.
—¡No te tapes los ojos! ¿Carlos? Mírame ¡Mirame! Mira la luz.
La luz del sol que se filtra por la ventana despierta a Carlos.
—Qué raro —se dice— estos sueños que estoy teniendo parecen estar uno dentro del otro, pero ¿por qué no hago ningún comentario? ¿por qué no repercuten en el sueño siguiente?
Entonces procede a anotar todo en su diario de sueños, con miras a usar algo después en alguna historia. Termina de escribir. Se mete al baño y se ducha rápidamente. Mientras se seca, oye que el agua sigue saliendo, sigue, sigue saliendo de la regadera, pero
—No es agua: ¡Es tinta!
no es agua: primero es una especie de tinta que después se vuelve humo y el baño empieza a llenarse de esa especie de neblina que empieza a proporcionarle frío y miedo, ya que es la noche lo que sale de la regadera, la que llena el baño y la recámara de oscuridad hasta que la luz del sol se filtra por la ventana y despierta a Carlos. Su mujer ya se levantó y le está dando de comer a la niña.
—¿Por qué no me hablaste? —le dice— Los muchachos ya deben estar trabajando, y yo aquí, ¡bien jeta!
—¡Si no hubieras tomado tanto! ¿Yo qué culpa tengo?
—¿Como? ¡Ahora sí! ¡Ya pleito lo volvió! Pero tienes razón: sólo yo tengo la culpa. Debí haberle hecho caso a mi papá, mejor hubiera...
De pronto se dio cuenta de que hablaba solo. Su esposa se había borrado y todo lo demás se iba desvaneciendo, todo excepto la ventana, por la que se asomaba el sol, y con su bastoncito de luz golpeó al escritor en los ojos y lo despertó.
—Agh
Se estiró, y se dijo que cómo era posible que se le hubiera hecho tan tarde. Mientras se ducha va recordando: ha estado teniendo una serie de sueños, uno dentro del otro, en los que se llama Carlos.
—Es muy trillado —se dice, pero no lo desecha como tema pues, todo el día, mientras da sus clases en la universidad y aun a la hora de las comidas, tiene presente la idea de la historia. Son las diez de la noche. Se sienta frente a la computadora y empieza a escribir un cuento en el cual sueña que sueña que sueña que sueña que es el personaje de uno de sus cuentos: un tal Carlos que tiene a una muerta encima. Un tipo fantasioso que recurre a esta treta para salir del problema. Está casi por terminarlo cuando siente que tiene mucho sueño. Ha sido un día pesado. Apaga el aparato. Va a su recámara; se quita los zapatos, el reloj, la ropa; pone la alarma; se mete a la alberca.

viernes, 5 de octubre de 2007

Ejercicio

Mientras veo la foto de P & M, se me ocurre casar dos palabras, digamos dos sustantivos. ¿Cómo sería su luna de miel? Las dejaría juntas en una jaula, o en una pecera, en un hábitat idóneo. Dos palabras en las cuales el dimorfismo sexual sea muy marcado. Se imbricarían o se yuxtapondrían; incluso podrían intrincarse, mezclarse de manera tal que sean irreconocibles en el acto de verlas y derivar de ellas dos, tres palabritas que tengan algo de, pero que sean diferentes de sus padres, por ejemplo: sustantivitos o adjetivitos, no sé.
De pronto imaginé a la hembra asombrándose por haber tenido una preposición y un adjetivo. Me pregunto de qué manera influirían unos en los otros, siendo todos nacidos de sustantivos, en este caso. —Se parece a su abuelo, —dirá él, recordando que nació de dos largos adjetivos y que tuvo por hermanos a una conjunción con complejo de réferi y a un sustantivo enclenque. Así es la vida. Uno nunca sabe. Lo único cierto es que, a diferencia de la nuestra, no se dan familias muy numerosas, y nunca falta un roto para un descosido.

jueves, 4 de octubre de 2007

PERROS A LO LEJOS


Los perros y lo lejos no se llevan. Lo lejos sólo traspasa los límites que los perros le dejan invadir, siempre ladran a lo lejos. Al menos para mí, que no tengo mascotas, que vivo en zona no industrializada, en calle que no tiene mucho tráfico, ésta es la verdad; y cuando voy al centro, lo lejos y los perros se quedan aquí. No se llevan.

miércoles, 3 de octubre de 2007

...ajena

EN CARNE AJENA


Abres Los ojos. La música incesante y las palabras dichas en otro idioma en cierta forma te dicen algo que aún no comprendes en su totalidad.
Te armas de papel y pluma y escribes palabras que no entiendes: no es tu letra, no son tus ideas, pero no puedes luchar contra ese impulso.
En un cuarto con botellas y latas vacías en el suelo, contra tu voluntad, te sientes caminando hacia la cama, dejando una nota sobre la almohada.
Subes el volumen del estéreo: no quieres oir esos otros pensamientos coexistiendo con los tuyos, cada vez más débiles, cada vez más eco lejano de alguien a quien nunca conociste.
Un cuchillo, ahora, de algún sitio del cuarto, como un animal domesticado, se instala en una de tus manos, apuntando hacia tu vientre, obligando a ese otro cuerpo que ahora no es tuyo a cerrar los ojos, a lanzar el grito, a brotar en el fecundo campo de la muerte.

martes, 2 de octubre de 2007

Beso


A veces la p'che depresión es como una pinza de presión y no afloja tan fácilmente, mucho menos en fechas importantes. Esta foto no me fue tomada por Julio Cortázar en febrero de 2005, pero fue hecha con ese propósito: sacudirme la depre de San Valentín; y eso que parece el fantasma de un pingüino es la trompa de una vaca amorosa dispuesta a recibir mi beso: Me mira, de cerca me mira, "cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio" y después la risa, y el juego funciona por un momento.

lunes, 1 de octubre de 2007

Beso

A Cielo Pinto

A las puertas de su casa, al despedirme, mi amiga me dio un beso. Esta mano que escribe se aferraba a la reja de entrada y salida. Sobre el dorso depositó ella sus labios dos por uno en señal de lo que ustedes quieran. No es esto en sí lo que quiero contar sino el efecto: diez cuadras después noté que el beso, vuelto un globo de gas, hecho un gran globo rojo o blanco, elevaba mi mano a la altura del corazón, dándole ese rango. El otro corazón, a esa hora, era un globo aerostático que me subió al balcón, enlebesado.