domingo, 2 de septiembre de 2007

CANDY, MI TIO QUIERE CONOCERTE


Ramón Fernando Velázquez

Tío, ¿por qué pintaste un colmoyote aquí? y ese espacio, ¿por qué está en blanco? Ese espacio simboliza la memoria que no está ocupada, es Candy sin serlo, ya que mis manos no la conocen; entonces mi memoria no puede rememorarla. Tengo la memoria en las manos.

Lluvialet experimentó un espasmo por lo que acababa de escuchar, y cuando esto sucedía, iba humedeciéndose poco a poco hasta que no quedaba de ella más que la humedad de su sexo en trepidación. Los calores se ampliaban, se internaban goteando por todo su cuerpo. Y, entre tanto, el tío Axel permanecía dándole la espalda al cuadro sin terminar, pensando que sólo hasta que conociera a Candy podría lograrlo. Candy, hasta ese momento, era sólo una sombra sin contornos, una pobre penumbra nombrable pero indefinida.

Lluvialet dejó de temblar. Los espasmos que la agitaban cesaron y una languidez de miembros la debilitaba, sintiendo la somnolencia como un cloroformo de la lujuria que andaba abriendo puertas y ventanas por todo su cuerpo. Se preguntaba por qué junto a su tío, cerca de su voz y colindando con su olor todo era distinto. La soledad de la gran casa amortiguada, cualquier suceso imbricado encubría el paso del tiempo y devanaba la historia con una rueca diferente con sólo desplazarse de un rincón a otro. Ella sabía, y así lo aceptaba, que estas dos horas quincenales en que su madre salía para cobrar su dinero de maestra pensionada eran el molde donde su existencia tomaba forma. Se evidenciaba humanamente. Siguió viendo el cuadro y no hallaba qué otra pregunta, por muy banal que fuera, hacer a su tío para justificar su estadía en este rincón de la realidad. ¿Por qué no pones un río que vuele? ¿Qué dices? Nunca he tocado uno. Si Candy viene algún día yo creo que sí podré pintar un río que vuele. Tal vez parte de su cuerpo sea eso. A Lluvialet acudieron nuevamente los espasmos, nuevamente esa humedad que la hacía temblar de calor, de llama que remontaba el río volador de su sexo, estaba acostumbrada a hacer el amor con las palabras de su tío, a sentir a través de ellas sus manos, tal vez callosas y hábiles, el tronco duro de una frase larga abriéndola. Su tío sabía ver con las manos, sus poros eran ojos eternos recorriendo las telas de sus cuadros, para él no había oscuridad, noche, todo era luminoso; tal como ella. Ahora lo estaba experimentando con su propia mano metida bajo el vestido; sudaba, enardecida piel de jugos desbordados llegó a la calma. El tío Axel había escuchado cada uno de los movimientos y también sudaba, pero no se atrevía a subirse por el muro del parentezco y saltar sobre la carne nueva de ella que lo esperaba configurada para esperarlo; que lo anhelaba con desesperanza y duda. Sonó la llave de la puerta y Lluvialet se resignó a descuajarse por otra vez a su habitación, diluido su entero ser en el espíritu guardado de la casa y la tarde. Ahora todo era esperar otros quince días para renacer solventando la poca esencia que podía rescatar de la difuminación de su vida en esa penumbra viscosa que la copaba. Esos días eran para encerrarse en sus lecturas metafísicas y sus imitaciones de la naturaleza. Por ejemplo, los días pasados había escuchado, por pura suerte, el gemido voluptuoso de un árbol de guanacastle y ahora estaba empezando a perfeccionarlo como un sonido suyo. Esa era la única forma de hacerse llegar en esos días hasta su tío; diciéndole secretos de la tierra, contándole chismes de Candy como si se los estuviera recitando el colibrí, dándole motivos para sus cuadros aunque el dijera que "son cosas que nacen de su propia oscuridad". Y era así como el tío pintaba el canto del silencio escondiéndose tras las flores del patio, el suave impulso del viento enredándose al intentar buscarlo; la irrespetuosa movilidad del ladrido de un orgasmo solitario y el lúgubre latido del colmoyote. Y, ahora, desde que ella había sacado de la reconditez de su deseo a Candy, la ha pintado sin contornos, sin luz y en los últimos cuadros, incluso, ya tiene el espacio hecho para cuando sus manos la conozcan y la memoricen. Candy también sueña con que ella lo lleve hasta él y la ponga en su memoria. Entonces.

Sabes tío qué día celebraremos la próxima quincena. No. El dos de febrero. En el calendario de mamá dice "la Candelaria". ¿Te das cuenta? Puedo decirle a Candy que venga y así estaremos juntos los tres. Bueno, estarán juntos ustedes dos. El hecho de pensar en trasgredir las rígidas costumbres caídas en su ser le generó la humedad conocida, los espasmos conocidos, pero mucho más intensos . La saliva se le escurría y no podía controlar el intenso volar de su piel, vibración que venía desde adentro, quién sabe desde dónde surgía exactamente, lo que importaba era que la levantaba y la ponía sobre las manos del viento que la sacudía alocadamente hasta que los jugos nuevamente rompían el cascarón y como pájaros líquidos rodaban desde ella hacia el cielo que estaba bajo sus pies. Esta vez el tío Axel tuvo que hacer más esfuerzos para contenerse, las manos le dolieron por la fuerza que tuvo que ejercer sobre la impaciencia de ellas; sin embargo, nada le era ajeno, podía adivinar con sólo acariciar el aire, la oscuridad, el rubor encendido en las mejillas de su sobrina, el carnoso suspirar de ella cuando los espasmos la agitaban. Todo lo percibía desde su propio cuerpo; a pesar de permanecer inmutable, como siempre había dádose el diálogo entre ellos. La voz que iba tejiendo los hilos de la lujuria volvió.
¿Eso será malo o bueno? Todo depende de cómo te entregues. De qué hablas, por qué utilizas esas palabras. Lluvialet sintió el consistente transitar de una voz de piel por su cuerpo, desde arriba hasta abajo, de izquierdas a derechas.

No engañes a Candy para que venga, dile la verdad por favor. Quiero ser feliz, pero no regaladamente. La riqueza de explosiones hizo eclosión otra vez y su cuerpo fue campo de batalla para el ir y venir de la sangre involuntaria que se abría al máximo, el holocausto de su sangre quemándose al instante de su propia caricia era digno de sentirlo. El tío Axel dio por terminada esa inoperante situación diciendo que la puerta, apurando que la puerta, gritando que ¡la puerta!

Ese lapso de quince días fue en la oscuridad, en esa lactancia de una realidad a penas entrevista, una antisoledad multifacética, rostros diversos buscando identidad. Cuántas veces Lluvialet despertó sudada y húmeda temblando porque se había deshecho, en sueños evidentemente, de todo obstáculo y el tío Axel agitaba la alegría del otro lado, ese lado donde la oscuridad y cierta fingida ignorancia era una casa bien protegida. Lluvialet no había perdido el calendario y todas las mañanas hacía que sus aves, emisarias de su muy propia ansiedad, penetraran sigilosamente desde ella hasta el tío Axel. Sus manos tuvieron intenso trabajo entre piernas laxas y muslos llenos de eternidad, porque en ese sitio la eternidad realmente es eterna. Soliviantando un orden por el simple hecho de urdir una nueva relación desde la fantasía. Alguna de tantas tardes buscó a Candy y la vio desnuda en el espejo, su imagen fluía desde ella hacia afuera de su líquida realidad. Le puso vestidos apropiados para la ocasión. Nada de sudores que pudieran delatar, que hicieran que el olfato de él migrara hacia otras latitudes y caminara hasta un reconocimiento de antisobriedades calcinadas, pero Candy era más audaz y atrevida que ella misma, Lluvialet de humedades y latitudes crecidas y por eso se inventó todo un perfume de aliento avasallante.

Ese perfume desconocido fue subiendo y adentrándose entre las escalinatas de su cuerpo, amplia avenida que conducía hacia una mujer hecha y deshecha en el sexo y vuelta a hacer por obra y magia de unas manos tibias, lumínicas. La explosión de sensaciones continuaba corriendo cuerpo arriba, cuerpo abajo. La noche entera maduraba ya sus signos, especulando en el corazón mismo de la vida. Así, húmeda, cubierta por un musgo blanco, su cuerpo con la cerradura buscando llave caminó por una hondonada que no impedía, derribó muros de silencio y vergüenza, llegó.

El tío Axel acababa de percibirlo cuando llamaron a la puerta. Oyó la voz. Tío aquí está Candy, si quieres darle cuerpo. Las cortinas de la oscuridad sufrieron un vaivén inusitado. El tío Axel buscaba siguiendo el latido de las palabras, buscaba sus raíces, pero sólo encontró el silencio, quizá era eso lo que las alimentaba y las mantenía al borde del acontecimiento. Ella fue acercando el rumor de todo su cuerpo, la estructura acantilada de sus besos, la erupción inminente de sus caricias. El frío había retrocedido prácticamente. Lluvialet ¿dónde estás? Entonces ella escucha su propia voz matizándose de otra, llenándose desconcertada de oberturas y tonalidades diferentes. Sólo estoy yo, me llamo Candy, usted quería conocerme, ¿no es cierto? El aire que los dividía se agitó, el silencio se llenó de suaves evoluciones; la conmoción de sus puntos cardinales y la segura distención de sus fuerzas acumuladas indicaron que el monólogo de los contrarios había terminado. Fue ella la que dio movimiento a su cuerpo para acercarse más. Y entró en el ámbito de esas manos que tanto la esperaban, que habían apostado todo un instinto para circunnavegar la gloria. Ella se fue humedeciendo calcinada y el calor la envolvió con un manto de viscosidades constantes. La conmoción de sus puntos cardinales que convergían al vértice de un sexo de río. La distensión de remotas fuerzas que encontraban salida hacia una tierna inmovilidad ensoñada, el monólogo de los contrarios había cesado, era una urdimbre de silencios bien tesiturados con los gemidos más alucinantes, era un espacio de oscuridad donde esa luz cegadora del orgasmo tenía que encontrar un poco de reposo. El diálogo del tacto había dejado en ellos su propina de felicidad, porque para algo así como lo que ellos vivían no había ni siquiera cuota de felicidad, todo era propina y con ello bastaba.

Los días siguientes fueron de humo en la voz, todo tenía un canto epidérmico, una textura del color de la caricia. Las hojas acarreadas por el viento, los limones que se pudrían en el jardín, el jazmín diciendo con su vieja voz olorosa una cantinela dulzona para que los sentidos del tío Axel no se amargaran. Todo seguía en paz, entre vapores arremansados en la estadía del otoño. La lluvia quitándose el vestido en el patio, el deseo ahora caminaba en puntillas para no quebrar el cristal de ensueño. Y ella quiso enlutecer su voz con los tonos Lluvialéticos, darle a sus muslos la misma tonalidad de antes, pero todo esfuerzo resultó vano. Lluvialet ya no existía en ella, Lluvialet se había ido dejándola sola a merced de una felicidad para la cual tal vez, seguramente, no estaba lista. Hasta que la puerta les anunció una alegría recobrada, un sueño en la realidad, dos horas de cercanías ansiadas. Ahora la felicidad se encontraba entre un portazo y otro.

Tío ¿y el colmoyote? ¿Por qué dejaste que volara? Porque hay un espacio colmado que ya no le pertenece. Y ahora para qué lo envuelves. Entrégale este regalo a Candy. Cuando Lluvialet tuvo el cuadro entre sus manos a la luz de la luna se dio cuenta que esa mujer la representaba, eternizada en la satisfacción de su propia sonrisa. Un contenido latente en el significado profundo de sus ojos la observaba desde lo más alto de la realización. El relieve del vientre estremecido daba una idea de su dimensionalidad futura.
(del libro colectivo inédito EN TRAMOS DE ESPACIO)

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