EL AVIÓN
Mientras éste que escribe hablaba con la chica, tratando de concentrar la atención en las palabras y no en las manos embebidas en un asunto de papiroflexia, dulces bloques sonoros fluían de los gruesos labios de la morena; sin embargo (y quizá por lo mismo), era difícil concentrar la atención en las palabras y no en los labios y en las finas manos embebidas en un asunto de papiroflexia.
De vez en vez había también una risa, unos dientes blancos blancos y yo pensaba que el color del papel y los dientes era muy similar, uno entre las manos y el otro entre los labios que yo ya estaba mordiendo mentalmente mientras decía que sí con la cabeza y alcancé a escuchar —¡Me estás dando el avión! y pensé que quería darle mis labios para besar sus manos y detener los dobleces del papel que ella estaba jugando frente a mí, pero es ella quien siempre decide terminar la tarea: —Son diez pesos. —me dirá, dándome el avión de papel, blanco de mi recuerdo (recién hecho).
Mientras éste que escribe hablaba con la chica, tratando de concentrar la atención en las palabras y no en las manos embebidas en un asunto de papiroflexia, dulces bloques sonoros fluían de los gruesos labios de la morena; sin embargo (y quizá por lo mismo), era difícil concentrar la atención en las palabras y no en los labios y en las finas manos embebidas en un asunto de papiroflexia.
De vez en vez había también una risa, unos dientes blancos blancos y yo pensaba que el color del papel y los dientes era muy similar, uno entre las manos y el otro entre los labios que yo ya estaba mordiendo mentalmente mientras decía que sí con la cabeza y alcancé a escuchar —¡Me estás dando el avión! y pensé que quería darle mis labios para besar sus manos y detener los dobleces del papel que ella estaba jugando frente a mí, pero es ella quien siempre decide terminar la tarea: —Son diez pesos. —me dirá, dándome el avión de papel, blanco de mi recuerdo (recién hecho).
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