jueves, 11 de octubre de 2007

Polvo de Ángel

El problema de Ángel era el color: muy blanco, y por eso no se había dado cuenta cabal de algunos cambios; quizá las ideas eran más fluidas, quizá la música era más intensa. Mientras subía el volumen del estéreo se vio las uñas: tenían restos oximorónicos de mugre blanca.
Había estado escribiendo y escribiendo y oyendo música.
—Talco —se dijo—, pero ¿dónde?
Y luego la comezón en su cuerpo, haciéndose consciente. Volvió a rascarse. Fue a su recámara y se quitó la ropa para aminorar un poco las molestias del escozor. Entonces, ya frente al espejo, se vio los surcos en el cuerpo: se los había hecho él mismo con las uñas, eso entendió. "Soy un hombre de gis" pensó. Su desesperación fue en aumento cuando sintió un escozor en los genitales, una fuerte urgencia que crecía y crecía.
—¡No! —gritó— ¡Ahí no!
Si aguantó por una hora o dos, fue en su imaginación, porque el dolor provocado por la comezón fue tan fuerte que se empezó a ras ras ras ras rascar con tal fuerza y rapidez que en un momento quedó totalmente asexuado. Ahí lo encontró Fer, en una nube de polvo, y Ángel le contó que era un hombre de gis pero que ya se sentía más relajado y Fer, que conocía la caspa del diablo, o polvo para empanizar el alma, sólo vio un bello futuro abrirse frente a él. Me llamó y esperó para que juntos empezáramos a levantar el polvito que nos dio dinero y relax; y esa amistad con Ángel duró mucho más. Ángel era cada vez más delgado y nos daba pena, pero era de buena suerte rascarle no solamente la pancita.

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