lunes, 29 de octubre de 2007

Uno

Uno rompe el silencio y, de pronto, mientras lo hace, se da cuenta de lo bello de la frase (y lo no bello de la rima interna) y el silencio es remendado por unos instantes, lo suficiente como para que Uno medite acerca de ese darse cuenta, de que no se da cuenta de esta manera a nadie más, y entonces se ensimisma pensando en este otro verbo, en que sería hermoso decir “me enmimismé”, “te entimismaste” y así nos ennosmismaríamos hasta olvidarnos del porqué de tanto embrollo: me hablaba, sin más sonido que el de mi mente y con la misma velocidad de lectura que tengo, de ese silencio que a Uno se le ocurrió romper líneas arriba; pensaba, antes de romperlo, en cómo suena el cristal de una ventana al romperse, en cómo suenan la tela de una falda, un hueso, una silla al romperse; en cómo suena una carta de amor en este mismo trance; en el sonido cursi que produce un corazón al ser roto, en el grave sonido que produce una promesa rota y tanta cursilería me hace regresar a Uno. Uno está solo. Qué curioso: Uno es ninguno. Uno decide hacer un blog de cuentos y etceteritas para entretenerse y de pronto decide hablar de otra cosa, de romper, por ejemplo, y de sus grandes trifulcas con La Palabra (porque La Palabra le grita a Uno, y Uno, que no es nada manso, no se deja y entonces se dan de gritoneadas que da gusto). Claro, también están las charlas apacibles, esa manera que Uno tiene de llegarle, de platicar con La Palabra, de aprender de ella, que es una hermosa manera de no estar solo, y de pronto, como dijo Bartolomé: Uno ya es otro.

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