martes, 9 de octubre de 2007

Helping hands


Estaba seguro de que la asesoría era a las cuatro pero, cuando llegué, el local estaba cerrado y afuera, sobre la puerta, había un anuncio dirigido a los alumnos que me dio a entender que debía haberme presentado a las diez, para una asesoría de dos horas por la mañana y que la siguiente sería a las cinco de la tarde; es decir, debía esperar por una hora, o un poco más. Generalmente soy bueno para calcular el tiempo pero volví a recordarme la necesidad de reponer mi reloj.
Abrí uno de los libros que llevaba y empecé a leer. Cuando calculé que eran las cinco, pregunté a un transeúnte por la hora. Me dijo que eran las tres "¿las tres?" pensé, pero sólo di las gracias. Pregunté a otra persona y faltaban cinco para las tres. "¿Qué les pasa?" pensé, pero no me alarmé tanto. Seguí leyendo. Alguien llegaría a abrir. Me concentré otra vez en la lectura hasta que la prolongada ausencia de personas me regresó a la realidad. El viento se notaba ahora disfrazado de nubes de polvo y empujaba hojas secas, arremolinándolas a mis pies. Pese a la sombra del lugar en el que me había instalado, hacía calor. Me paré decidido a marcharme: seguramente no abrirían. Pregunté por la hora al primero que vi. Eran las dos menos diez. —¡Todos están locos! —dije, y decidí caminar todo el trayecto de regreso a casa. Llegué cuando el sol estaba en el cenit. Me alegré: tenía tiempo para darme un baño y llegar puntual a la asesoría matutina.

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