domingo, 7 de octubre de 2007

Al mal tiempo . . .

AL MAL TIEMPO BUENA CARA


Para Magally y Germán Javier, cuando tenían diecisiete

Tal parece que al personaje de este cuento, aprovechando su gran sentido del deber, le son dadas muchas facilidades para ser... o quizá debería decir: al narrador le son dados sin esfuerzo los medios para hacer que este pobre personaje se vea orillado a... pero el caso es que así sucedió y mejor contamos, y ya que vamos a pecar de poco originales, vamos a hacer que todo esto empiece en martes trece y que el tiempo aleje o acerque esta lectura a usted.
Para ilustrar mejor la historia, nuestro hombre, a quien llamaremos Edmundo, empieza a llevar un registro de su problema al tercer día:

Jueves 15
Esto empezó anteayer: martes 13, precisamente el día en que comenzó el maltiempo. Desperté y todo era normal hasta que vi en el espejo que algo había cambiado en mi rostro: no era el mismo. Era un tipo parecido a mí, pero con un rostro agradable y eso me llenó de alegría: así era como siempre había querido ser. Me duché apresuradamente, ya quería llegar al trabajo para saber la impresión que causaba. Todo el día llovieron los “¿Qué te hiciste?” “Oye, pasa la receta” “¡Qué bien te ves!” y cosas por el estilo, y yo: “Nada ¿Por qué?”. Incluso mis alumnos trabajaron bien debido a mi buen humor y hasta vino una alumna con una propuesta indecorosa. Al día siguiente (ayer), horror: desperté con una barba muy crecida que, aunque se me veía bien, quise rasurar. No lo hice. Tuve miedo: mi falta de experiencia rasurando barbas. Aun así, igual fue festejada y tomada por postiza pero original para la enseñanza del idioma; aún seguía siendo yo, incluso hoy, que amanecí con el cabello rubio y los ojos azules aunque ya sin barba, y todos, todos mis alumnos, sin faltar uno solo, estaban en la clase, atentos, sin burlarse, maravillados por ese cambio operado en mi personalidad, creyendo que no me importaba disfrazarme con tal de hacer amena la clase (¿qué más me queda?). “¿Qué maestro se pone barba o se tiñe el pelo o se pone lentes de contacto para enseñar, para ilustrar mejor preguntas tales como
What does he look like? y, de hacerlo ¿quién sale así a la calle? Mr. Maldonado, sólo él”. Imagino, casi oigo el comentario.
Yo aún soy yo, quiero decir, con mi cara y mi cuerpo; con mi cara adornada, pero yo.

Viernes 16.
Hoy amanecí calvo y de ojos cafés, como son mis ojos originalmente. Hubo mucho de qué reirse esta vez, y muchas veces deseé haber seguido mi impulso inicial de no ir al trabajo. La directora me regañó porque no cambio de tema. Dije que ya lo había hecho y que estando calvo era más fácil usar peluca porque ya me gustaron los disfraces.

Sábado 17
Cabello rizado y ojos grandes, grandes. No salí. ¿debo ir al médico? ¿Cómo voy a ser mañana?

Domingo 18
Qué bueno que es domingo: amanecí delgado, no mucho. Primer cambio en mi complexión. Me alegro de no haber tirado mi ropa vieja.

Lunes 19
Amanecí como el mismo tipo delgaducho que era yo hace unos ocho o nueve años ¿voy a trabajar?

Fui. Me presenté como mi hermano menor y, culpando al maltiempo, dije que “mi hermano” estaba enfermo.

Martes 20
Me levanté muy temprano, pero más viejo, fingí ser mi tío “¿Toda su familia se parece?” La confianza con la directora me permitió contarle que “mi sobrino” no se sentía bien, pero que yo podría hacerlo, que incluso hasta me había puesto su ropa para proporcionar más confianza a los alumnos. Ella se rió y dijo que no era necesario, en cambio me dio un formato para permiso y me dijo que esperaba mi incapacidad médica; deseó (indirectamente) que mejorara mi salud y dijo que, en caso de seguir faltando, sería mejor conseguir un sustituto. Por si acaso, fui a comprarme ropa.

Miércoles 21
Esta vez no me parezco en nada a mí. Este es un rostro casi afeminado de tan bello, pero no es el mío, el que prefiero pese a todos sus defectos. Hice un permiso para los tres día restantes y soy mi sustituto. Los alumnos (las alumnas) estuvieron encantadas y si no tuviera espejo sentiría que me están siguiendo el juego porque se empezaron a quejar de Mr. Maldonado y de las cosas ridículas que hizo y que los tenía hartos.
Fui al médico. Me examinó y dijo que estaba bien de salud. Cuando le dije de los cambios, me recomendó a un siquiatra amigo suyo.

No es que interrumpa el diario de nuestro amigo Edmundo ya que el no siguió escribiendo, más bien, aprovecho para preguntar (y preguntarme) ¿qué habría pasado si Edmundo se hubiera sentido feo? Digo esto porque aunque él no era bien parecido tampoco era feo. ¿Habría ido al trabajo? ¿Habría aceptado esos cambios con la misma, aparente calma? ¡Quien sabe! El caso es que en los días que siguieron, en esa misma semana, Edmundo empezó a sentir que realmente era alguien más y que el Edmundo verdadero se quedaba en casa, preparando las clases que el otro le hacía el favor de impartir; dejó de llevar un diario porque se sintió libre para hacer cosas diferentes. Se dedicó a caminar y a comprar disfraces hasta que se le acabó el dinero; después, olvidó la dirección de su casa. Ahora es gordo y anda en la calle, viviendo de la caridad. La gente dice que está loco y él solamente dice que va a cambiar, mañana.



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