lunes, 27 de agosto de 2007

Todo cabe en lo posible


Fue un regalo: un recipiente, un tubo de aluminio de diez centímetros de largo por dos y medio de diámetro, con tapadera blanca en la que se indica la manera de abrirlo (con el dedo pulgar ejerciendo presión por un borde bajo de la misma, mientras los otros cuatro sostienen el cuerpo cilíndrico). Lo abro y ¡oh!: envuelto en papel arroz, en fragmentos compactados de preciadas hojas, un boleto a un viaje mágico; pero hay también ahí un polvo amarillo, recuerdo quizá del huésped original del recipiente.
Mientras el fuego hace su papel de incinerar y el papel cumple su rol de contener y la hoja da carácter al genio y el genio se expande y se apodera de mi cuerpo, yo me propongo lavar el tubo. Presto está casi todo: el detergente en polvo, el agua, el lavabo del baño; sólo falta una fibra, o un trapo para frotar el interior de las paredes. A falta de lo enunciado y para ganar tiempo, uso la punta de una toalla grande y gruesa que se vuelve de pronto un gran asombro allá en el fondo. La saco. —¿Cómo es posible que toalla tal quepa en el tubo? —me pregunto. Empiezo a asimilar la idea de la cantidad de genios que cabrán, y de los frutos que obtendré de esa manera.
Regreso al cuarto en busca de algo con qué secar el recipiente ahora limpio y amplio como un alma. "Una sábana" pienso, y ahí va una punta, media sábana, todos esos metros de tela tubo adentro. Mi asombro resurge y pienso de manera inmediata en otros usos para el tubo en el que todo parece caber.
Es admisible, cabe decirlo, ver cómo el televisor, el estéreo, la escalera de caracol, exactamente todo ocupa ahora este espacio predestinado, y yo también, acomodando y distribuyendo las cosas aquí adentro, dispuesto a esperar a los muchachos para la sesión de taller. Todo dentro de lo posible ¿verdad?

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