domingo, 26 de agosto de 2007

Donde el final empieza


No tiene sueño. Decidido a provocarse un cansancio, se pone a hacer ejercicio. Le da sed y calor y el insomnio persiste. No quiere ventilador. Se quita la ropa. Se le antoja una ducha, pero antes de toda esa agua, va a la cocina por otra, más fría, que trae al cuarto en un vaso. Se recuesta para enfriarse un poco más. Empieza a hojear una revista. Lentamente, la idea de masturbarse llega y se le posa en la cabeza, recorre todo el trecho hasta su mano izquierda y ésta la coloca, presta, sobre un miembro creciente. Textos e imágenes impresas pasan a otro plano cuando gira su cuerpo y se recuesta de espaldas. Es así como de pronto capta su atención algo que cae desde el techo. En un principio cree que se trata de un zancudo, pero le parece extraño el que baje tan lenta y verticalmente, como araña; supone que está suspendido de un hilo por el cual puede sujetarlo, pero nada sucede. Al pasarle la mano alrededor, el zancudo-araña vuelve a irse hacia arriba. Entonces extiende la mano izquierda para que éste se pose en su descenso sobre la palma que lo espera con impaciencia. Qué lentamente baja, qué suavemente deposita su extrañeza de basura parecida a un pequeño bastón negro sobre la mano impura. No es nada: pequeñez de insecto sin más importancia. La sopla, pero no se despega. Entonces le echa un poco del agua que aún queda en el vaso mientras frota con los dedos de la misma mano. El agua se tiñe de negro. La regresa al recipiente. En su mano queda una mancha que se extiende e inmediatamente se cubre de vellos. El hecho no parece preocuparle pues, con la misma naturalidad del que cree que al fin se ha podido dormir y que está en un sueño, los rasura. Aun sonríe al notar que no hay nada debajo, que su mano ha desaparecido. Del vaso empiezan a elevarse miles de bastoncitos que caen sobre él, cubriéndolo de vellos por completo. El calor se hace insoportable, entonces enciende el ventilador y se empieza a deshacer.

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